miércoles, 17 de febrero de 2010

Ayuno y Abstinencia

Es una doctrina tradicional de la espiritualidad cristiana que el arrepentimiento, el alejarse del pecado y volverse a Dios, incluye alguna forma de penitencia, sin la cual al cristiano le es difícil permanecer en el camino angosto y ser salvado (Jer 18:11, 25:5; Ez 18:30, 33:11-15; Jl 2:12; Mt 3:2; Mt 4:17; He 2:38 ). Cristo mismo dijo a sus discípulos que ayunaran una vez que Él partiera (Lc. 5:35 ). La ley general de la penitencia, por lo tanto, es parte de la ley de Dios para el hombre.
La Iglesia ha especificado días obligatorios de ayuno y abstinencia de carne, para asegurarse que los católicos, de alguna manera realicen, penitencia como lo requiere la ley divina, y a la vez hacerles más fácil el cumplir con esta obligación.
El ayuno obliga a los que han cumplido 21 años; están dispensados, los que hacen trabajos pesados, los faltos de salud, los pobres que viven de limosna y los que han cumplido 60 años.
La ley de abstinencia, debe ser observada por todos, desde la edad de siete años. Los días de abstinencia, no se pueden comer ningún tipo de carnes (vaca, cerdo, aves), ni alimentos derivados de las mismas, por ejemplo, sopas, fiambres, etc.
No hay obligación de hacer ayuno y abstinencia si caen en días de fiestas de guardar, aún si es viernes.
Modo de ayunar
Los días de ayuno, está permitida solamente una comida completa, en la que se puede comer carne, siempre que no sea día de abstinencia de la misma. Están permitidas dos comidas más, que, juntas, sean menores que la comida principal. Entre las comidas, sólo pueden tomarse líquidos.
Por la mañana se puede tomar té o café con un poco de leche, o mate cuanto se desee, o chocolate hecho en agua, pan en pequeña cantidad que no exceda 62 gramos, más o menos, con manteca, a excepción de huevos.
En la cena, cualquier comida, excepto carne y caldo, en cantidad que no exceda 250 gramos.
Días de ayuno y abstinencia
en la república Argentina
En virtud de Indulto Pontificio son de obligación solamente:
· Días de abstinencia sola, sin ayuno: Todos los viernes de Cuaresma
Días de ayuno y abstinencia: Miércoles de Ceniza, Viernes Santo, Vigilia de la Asunción de la Sma. Virgen y el 23 de diciembre..

Miércoles de Ceniza


“El uso litúrgico de la ceniza el miércoles de Quinquagésima, no parece haberse dado en los comienzos a todos los fieles, sino tan solo a los culpables de los pecados cometidos a la penitencia pública de la Iglesia. Antes de la misa se presentaban en el templo donde todo el pueblo se hallaba congregado. Los sacerdotes oían la confesión de sus pecados, y después los cubrían de cilicios y derramaban ceniza en sus cabezas. Después de esta ceremonia clero y pueblo se postraban en tierra y rezaban en voz alta los siete salmos penitenciales. Tenía lugar después la procesión en la que los penitentes iban descalzos; a la vuelta eran arrojados solemnemente de la Iglesia por el obispo que les decía: “Os arrojamos del recinto de la Iglesia por vuestros pecados y crímenes, como Adán, el primer hombre fue arrojado del paraíso por su desobediencia.” Cantaba a continuación el clero algunos responsorios sacados del Génesis, en los que se recordaban las palabras del Señor, que condenaban al hombre al sudor y al trabajo en esta tierra ya maldita. Cerraba enseguida las puertas de la Iglesia. Y los pecadores no debían pasar sus umbrales hasta volver Jueves Santo, a recibir con solemnidad la absolución.
Después del siglo XI empezó a caer en desuso la penitencia pública; en cambio, la costumbre de imponer la ceniza a todos los fieles este día, llegó a generalizarse y se ha clasificado entre las ceremonias esenciales de la Liturgia Romana. (No es fácil determinar la fecha exacta. Sólo sabemos que en el Concilio de Benevento en 1091, Urbano II la hizo obligatoria para todos los fieles. La ceremonia actual va detallada en los Ordines del siglo XII; las antífonas, responsorios y oraciones de la bendición de la ceniza, estaban ya en uso entre el siglo VIII y IX.). Antiguamente se acercaban descalzos a recibir este aviso de la nada del hombre, y aún en pleno siglo XII el mismo Papa salía de Santa Anastasia a Santa Sabina donde se celebraba la Estación y hacía el recorrido descalzo, lo mismo que los cardenales de su cortejo. La Iglesia ha cedido en esta severidad exterior, sin dejar de tener estima grande de los sentimientos que tan imponente rito debe producir en nuestras almas.
Como acabamos de insinuar, la Estación en Roma se celebra hoy en Santa Sabina, sobre el Monte Aventino. Bajo los auspicios de esta Santa Mártir se inicia la penitencia cuaresmal.
Empiezan las sagradas ceremonias por la bendición de la ceniza. Proceden de los ramos benditos el año anterior el domingo antes de Pascua. La bendición que reciben en este nuevo estado tiene por finalidad hacernos más dignos del misterio de contrición y humildad que ha significar.” (Dom Gueranguer, Año Litúrgico T. II).

Todo cristiano fervoroso debe presentarse con humildad y espíritu de penitencia a recibir la ceniza y a escuchar las graves palabras que pronuncia el sacerdote al imponerla: «Acuérdate, hombre, que eres polvo y al polvo has de volver». Los textos de la Misa están inspirados todos en esta idea de la penitencia. Dios es siempre misericordioso para con todos los que se convierten a Él. (Introito); pero importa rasgar los corazones más que los vestidos (Epístola). El que ayune generosamente, no por agradar a los hombres (Evangelio); el que reciba con la debida piedad las venerables solemnidades del ayuno (Oración), ese podrá cantar: «Te exaltaré, Señor, porque me recibiste y no alegraste a mis enemigos sobre mí. Clamé a Ti y me sanaste» (Ofertorio).

jueves, 4 de febrero de 2010

El Liberalismo es Pecado, ¡para no olvidar!






Dos enseñanzas de un maestro en la defensa de Fe y costumbres, Padre Felix Sardá y Salvany.











XIX.- DE LAS PRINCIPALES REGLAS DE PRUDENCIA CRISTIANA QUE DEBE OBSERVAR EL BUEN CATÓLICO EN SU TRATO CON LIBERALES.



Y no obstante, ¡oh lector! con liberales fieros y mansos, o con católicos miserablemente resabiados de Liberalismo, hay que vivir en el siglo presente como con arrianos se vivió en el cuarto, y con pelagianos en el quinto, y con jansenistas en el decimoséptimo. Y no es posible dejar de alternar con ellos, porque se los encuentra uno por todas partes, en el negocio, en las diversiones, en las visitas hasta en la iglesia tal vez, hasta en la propia familia. ¿Cómo se habrá, pues, de portar el buen católico en sus relaciones con tales apestados? ¿Cómo podrá prevenir y evitar, o disminuir por lo menos, ese constante riesgo de infección? Dificilísimo es señalar reglas precisas para cada caso. Sin embargo, máximas generales de conducta se pueden muy bien indicar, dejando a la prudencia de cada uno lo concreto e individual de su aplicación. Parécenos que ante todo conviene distinguir tres clases de relaciones que se pueden suponer entre un católico y un liberal, o sea entre un católico y el Liberalismo. Decimos así porque las ideas en la práctica no se pueden considerar separadas de las personas que las profesan y sustentan. El Liberalismo ideológico es puro concepto intelectual: el Liberalismo real y práctico son las instituciones, personas, libros y periódicos liberales.
Tres clases, pues de relaciones se pueden suponer entre un católico y el Liberalismo.

  • Relaciones necesarias.
  • Relaciones útiles.
  • Relaciones de pura afición o placer.

Relaciones necesarias.

Son las que inevitablemente trae a cada cual su estado o posición particular. Así son las que deben mediar entre hijos y padre, marido y mujer, hermanos y hermanas, súbditos y superiores, amos y criados, discípulos y profesores, etc. Claro es que si un buen hijo tiene la desdicha de que su padre sea liberal. no por eso le ha de abandonar; ni la mujer al marido; ni el hermano o pariente a otro de la familia, más que en los casos en que el Liberalismo en los tales llegase a exigir de su súbdito respectivo actos esencialmente contrarios a la Religión, y que indujesen a formal apostasía de ella. No cuando solamente impidiesen la libertad de cumplir los preceptos de la Iglesia; pues sabido es que la Iglesia no entiende obligar a los tales sub gravi incommode. En todos estos casos debe el católico soportar con paciencia su dura situación; rodearse de todas las precauciones para evitar el contagio del mal ejemplo, como se aconseja en todos los libros al tratar de las ocasiones próximas necesarias; tener muy levantado el corazón a Dios, y rogar cada día por su propia salvación y por la de las infelices víctimas del error: rehuir todo lo posible la conversación o disputa sobre tales materias o no entrar en ellas sino muy pertrechado de armas ofensivas y defensivas. Buscar éstas en la lectura de libros y periódicos sanos a juicio de un prudente director; contrapesar la inevitable influencia de tales personas inficionadas con el trato frecuente de otras de autoridad y luces que estén en clara posesión de la sana doctrina, obedecer al superior en todo lo que no se oponga a la fe y moral católica pero renovar cada día el firme propósito de negar la obediencia a quien quiera que sea, en lo que directa o indirectamente sea opuesto a la integridad del Catolicismo. Y no desmaye el que en esa situación se encontrare. Dios, que ve sus luchas, no le faltará con El auxilio conveniente. Hemos reparado que los buenos católicos de países liberales y de familias liberales suelen distinguirse, cuando son verdaderamente buenos, por cierto especial vigor y temple de espíritu. Es este el constante proceder de la gracia de Dios, que allí alienta con más firmeza donde más apurada y apretada ve la necesidad.

Relaciones útiles.

Otras relaciones hay que no son absolutamente indispensables, pero que lo son moralmente, por cuanto sin ellas no es apenas posible la vida social, que toda estriba en un cambio de servicios. Tales son las relaciones de comercio, las de empresarios y trabajadores, las del artesano con sus parroquianos, etc. En éstas no hay la estrecha sujeción que en las del grupo anterior; puede hacerse, pues, alarde de mayor independencia. La regla fundamenta es no ponerse en contacto con tales gentes más que por el lado en que sea preciso engranar con ellas para el movimiento de la máquina social. Si es comerciante, no trabar con ellas otras relaciones que las de comercio; si es criado, ningunas otras más que las de servicio; Si es artesano, no otras que los de toma y daca relativas a su profesión guardando esta prudencia, se puede vivir sin menoscabo de la fe, aun en medio de un pueblo de judíos. Sin olvidar las demás prevenciones generales recomendadas en el grupo anterior, y teniendo en cuenta que aquí no media razón alguna de vasallaje, y que de la independencia católica conviene hacer alarde en frecuentes ocasiones para imponer respeto con ella a los que creen poder anonadarnos con su desvergüenza liberal. Mas si llegase el caso de una imposición descarada, débese repelerla con toda franqueza y erguirse ante el descaro del sectario con todo el noble y santo descaro del discípulo de la fe.

Relaciones de mera afición.

Estas son las que contraemos y sostenemos libremente con sólo quererlo. Con liberales debemos abstenernos libremente con sólo quererlo. Con liberales debemos abstenernos de ellas como de verdaderos peligros para nuestra salvación Aquí tiene lugar de lleno la sentencia del Salvador: El que ama el peligro perecerá en él. ¿Cuesta? Rómpase el lazo peligroso, aunque mucho cueste. Tengamos presente para eso las siguientes consideraciones, que sin duda nos convencerán o por lo menos nos confundirán si no nos convencen. Si aquella persona estuviese atacada de mal físico contagioso, ¿la frecuentaría? Sin duda que no. Si tu trato con ella comprometiese tu reputación mundana, ¿lo mantendrías? Pues, cierto que no. Si profesase ideas injuriosas con respecto a tu familia, ¿la fueras a visitar? Clarito que no. Pues bien: miremos en este asunto de honra divina y de espiritual salud lo que nos dicta la humana prudencia con respecto a los propios intereses y honra humana. Sobre esto le habíamos oído decir a persona de gran jerarquía hoy en la Iglesia de Dios: "¡Nada con liberales; no frecuentéis sus casas; no cultivéis sus amistades!" A bien que antes lo había dicho ya de sus congéneres el Apóstol: Ne commiscemini: "No os relacionéis con ellos", (1 Corinth. V, 9). Cum hujusmodi nec cibum sumere: "Con ellos ni sentarse a la mesa." (Ibid. V, 11). ¡Horror, pues a la herejía, que es el mal sobre todo mal! En país apestado lo primero que se procure es aislar. ¡Quién nos diese hoy poder establecer cordón sanitario absoluta entre católicos y sectarios del Liberalismo!.












XX.- DE CUÁN NECESARIO SEA PRECAVERSE CONTRA LAS LECTURAS LIBERALES.



Si esta conducta conviene observar con las personas, mucho más conveniente, y por suerte mucho más fácil, es observarla con las lecturas. El Liberalismo es sistema completo, como el Catolicismo, aunque en sentido inverso. Tiene, pues, sus artes, ciencias, letras, economía, moral, es decir, un organismo enteramente propio y suyo animado por su espíritu, marcado con su sello y fisonomía. También lo han tenido las más poderosas herejías, como, por ejemplo, el arrianismo en la antigüedad y el jansenismo en los siglos modernos. Hay, pues, no sólo periódicos liberales, sí que libros liberales o resabiados de Liberalismo, y los hay en abundancia, y triste es decirlo, en ellos se apacienta principalmente la generación actual y por esto, aun sin saberlo o advertirlo, son tantos los que se encuentran miserablemente contagiados. ¿Qué reglas hay que dar para este caso? Análogas o casi iguales a las que se han dada con relación a las personas. Vuélvase a leer lo dicho poco ha, y aplíquese a los libros lo que de los individuos se dijo. No es trabajo difícil, y ahorrará a nosotros y a los lecturas la molestia de la repetición. Una cosa solo advertiremos aquí, que especialmente se refiere a esta materia. Y es que nos guardemos de deshacernos en elogios de libros liberales, sea cual fuere su mérito científico o literario, a menos que no hagamos tales elogios sino con grandísimas reservas y salvando siempre la reprobación que merecen por su espíritu o sabor liberal. Y hacemos hincapié en esto, porque son muchos los católicos bonachones (aun en el periodismo católico), que, para que les tengan por imparciales, y por darse barniz de ilustración, que siempre halaga, tocan el bombo y soplan la trompeta de la Fama en favor de cualquier obra científica o literaria que nos venga del campo liberal; y dicen que hacerlo así es probar que a los católicos no nos duele reconocer el mérito donde quiera que lo veamos, que así se atrae al enemigo (maldito sistema de atracción, que viene a ser nuestro juego de gana pierde! pues insensiblemente somos nosotros los atraídos); que, finalmente, no hay peligro alguno en esto, y si notorio espíritu de equidad. ¡Qué pena nos dio hace pocas meses leer en un periódico fervorosamente católico repetidos elogios y recomendaciones de un poeta célebre que ha escrito, en odio a la Iglesia, poemas como la Visión de Fr Martín y La última Lamentación de Lord Byron! ¿Qué importa sea o no grande su mérito literario, si con este su mérito literario, nos asesina las almas que hemos de salvar? Lo mismo fuera guardarle consideración al bandido por brillo de la espada con que nos embiste, o por los bellos dibujos que adornan el fusil con que nos dispara. La herejía envuelta en los artificiosos halagos de una rica poesía, es mil veces más mortífera que la que sólo se da a tragar en los áridos y fastidiosos silogismos de la escuela. La gran propaganda herética de casi todos los siglos, leo en las historias, que la han ayudado a hacer los sonoros versos. Poetas de propaganda tuvieron los arrianos; tuviéronlos los luteranos, que muchos se preciaban, con su Erasmo, de cultos humanistas; de la escuela jansenista de Arnaldo, de Nicole y de Pascal no hay que decir que fue esencialmente literaria. Voltaire ya se sabe a qué debió los principios y sostén de su espantosa popularidad. ¿Cómo hemos, pues, de hacernos cómplices los católicos de tales sirenas del infierno, y darles nombre y fama, y ayudarlos en su obra de fascinación y corrupción de la juventud? El que lee en nuestros periódico que tal o cual poeta es admirable poeta, aunque liberal; va y coge y compra en la librería aquel admirable poeta, aunque liberal; y lo traga y devora, aunque liberal; y lo digiere e inficiona con él su sangre, aunque liberal; y tórnase a la postre el desdichado lector liberal como su autor favorito. ¡Cuántas inteligencias y corazones echó a perder el infeliz Espronceda! ¡Cuántas el impío Larra! ¡Cuántas casi hoy día el malhadado Bécquer! Por no citar nombres de vivos; que nos costara por cierto citarlos a docenas. ¿Por qué le hemos de hacer a la Revolución el servicio de pregonar sus glorias infaustas? ¿A título de qué? ¿De imparcialidad? No, que no debe haber imparcialidad en ofensa de lo principal, que es la verdad. Una mala mujer es infame por bella que sea, y es más peligrosa cuanto es más bella. ¿Acaso por título de gratitud? No, porque los liberales más prudentes que nosotros, no recomiendan lo nuestro aunque sea tan bello como lo suyo, antes procuran obscurecerlo con la crítica o enterrarlo con el silencio. De San Ignacio de Loyola dice su ilustre historiador, el P. Ribadeneyra, que era tan celoso de esto, que nunca permitió se leyese en sus clases obra alguna del famoso humanista de su época Erasmo de Rotterdan, a pesar de que muchos de sus elegantes escritos no se referían a religión, sólo porque en la mayor parte de ellos mostraba saber protestante. Del P. Fáber, a quien no se tachará de poco ilustrado, intercalamos aquí un precioso fragmento a propósito de sus famosos compatricios Milton y Byron. Decía así el gran escritor inglés, en una de sus hermosísimas cartas: ¿No comprendo la extraña anomalía de las gentes de salón, que citan con elogio a hombres como Milton y Byron, manifestando al mismo tiempo que aman a Cristo y ponen en El toda esperanza de salvación. Se ama a Cristo y a la Iglesia, y se alaba en sociedad a los que de Ellos blasfeman; se truena y se habla contra la impureza como cosa odiosa a Dios, y se celebra a un ser cuya vida y obras han estado saturadas de ella. No puedo comprender la distinción entre el hombre y el poeta, entre los pasajes puros y los impuros. Si un hombre ofende Al objeto de mi amor, no puedo recibir de él consuelo ni placer, y no puedo concebir que con amor ardiente y delicado hacia nuestro Salvador puedan gustar las obras de su enemigo. La inteligencia admite distinciones pero el corazón, no. Milton ( maldita sea la memoria del blasfemo! ) pasó gran parte de su vida escribiendo contra la divinidad de mi Señor, mi única fe, mi único amor; este pensamiento me envenena. Byron, hollando sus deberes para con su patria y todos los afectos naturales, se rebajó vergonzosamente, vistiendo con hermosos versos el crimen y la incredulidad. El monstruo que puso (¿me atreveré a escribirlo?) a Jesucristo al nivel y como compañero de Júpiter y de Mahoma, no es para mí otra cosa que bestia fiera, hasta en sus pasajes más puros, y nunca me he arrepentido de haber arrojado al fuego en Oxford una hermosa edición de sus obras en cuatro volúmenes... Inglaterra no necesita a Milton. ¿Cómo puede necesitar mi país una política, un valor, un talento o cualquier otra cosa que esté maldita de Dios; ¿Y cómo el Eterno Padre puede bendecir el talento y la obra de quien en prosa y en verso ha renegado' ridiculizado y blasfemado la divinidad de su Hijo? Si quis non amat Dominum Nostram Jesum Christam, sit anathema. Así decía San Pablo., En tales términos escribía el gran literato católico inglés, una de las más grandes figuras literarias de la Inglaterra moderna. Eso escribía cuando no había hecho aún su completa abjuración del Protestantismo. Así ha discurrido siempre la sana intransigencia católica, así habló siempre el buen sentido de la fe. Asómbrame que se hayan tenido tantas polémicas sobre si conviene o no la educación clásica, basada en el estudio de los autores griegos y latinos de la pagana antigüedad, a pesar de lo que les disminuye a éstos su eficacia la distancia de los siglos, el mundo distinto de ideas y costumbres y la diversidad del idioma. Asómbrame esto, y que apenas nada se haya escrito sobre lo venenoso y letal de la educación revolucionaria, que sin escrúpulo se da o se tolera dar por muchos católicos a la juventud.